Como consecuencia de esa amalgama borrosa e hipercompleja que da forma a todos los grandes imperios, China es capaz de lo mejor y de lo peor. Nos vale para casi cualquier ámbito de la civilización: el deporte, la disciplina cultural, la industria cinematográfica y, claro, también la arquitectura. El gigante asiático es tan capaz de producir algunas de las aberraciones más grotescas jamás construidascomo de levantar piezas de indudable interés arquitectónico, sean obra de profesionales autóctonos o lo sean de arquitectos importados por la diáspora que provocó la crisis inmobiliaria en Occidente.
Así, hace un par de semanas, conocimos que en la ciudad de Lizhou comenzaban las obras de un colosal complejo que, cuando termine su construcción en 2020, debería estar llamado a ser uno de los estandartes de la arquitectura responsable con el medio ambiente o, como se viene denominando, la arquitectura verde. Diseñado por el estudio italiano de Stefano Boeri, el proyecto recibe el nombre de "Forest City" y es, efectivamente, una suerte de ciudad-bosque definida en esencia por los más de cuarenta mil árboles y las casi un millón de plantas de más de cien especies distintas que tapizarán no solo los espacios entre los volúmenes construidos sino que recubrirán las fachadas de los propios edificios.
Ante la pregunta de si se trata de una arquitectura verdaderamente comprometida con el medio ambiente o si solo es algún tipo de despliegue publicitario del arquitecto, amparado por el poderío económico de China, la respuesta es, probablemente, ambas cosas. Por un lado, está comprobado que la masa vegetal produce notables ventajas: desde mejoras en la percepción psicológica que los habitantes tienen de su ciudad, gracias a la proliferación de lugares sombreados e incluso a la propia contemplación del verde de los árboles, hasta hechos más mensurables como la disminución de la temperatura media del aire y de la concentración de partículas contaminantes.
De hecho, el proyecto de la Forest City asegura que la gran cantidad de vegetación prevista conseguirá producir 900 toneladas de oxígeno al año y será capaz de absorber hasta 10.000 toneladas de dióxido de carbono y 57 de otros agentes contaminantes. Además, los árboles en fachada servirán de barrera natural antirruido y atraerán a cientos de especies animales fomentando la biodiversidad del emplazamiento.
Forest City.
Árboles, verde, pajaritos trinando en la mañana...visto así, la ciudad-bosque de Lizhou parece una Arcadia de la habitabilidad y la integración entre arquitectura y naturaleza. Pero claro, no todo el verde es reluciente esmeralda porque cabe preguntarse si esto funcionará e incluso si, en el caso de que funcione, merecerá la pena desde un punto de vista ecológico.
No tengo ninguna duda de que las intenciones de Stefano Boeri son nobles y, de hecho, es un especialista en este tipo de edificios, con proyectos más o menos similares por todo el planeta, algunos de los cuales ya están construidos. El ejemplo más reciente es el Bosco Verticale de Milán: dos rascacielos de 80 y 112 metros de altura con un sistema de terrazas que ha permitido plantar árboles de cierto porte a lo largo y alto de sus cuatro fachadas. Las fotografías son fascinantes, sin duda, pero palidecen ante las imágenes renderizadas que ilustraban la propuesta inicial. Es decir, que los árboles finalmente colocados parecen raquíticos frente a la frondosa selva que aparecía en el proyecto.
Se trata, una vez más, de la comercialización publicitaria de los proyectos de arquitectura, que atiende a distintas modas según la fecha del diseño. De igual manera que en los 60 había que usar hormigón y en los 90 era el vidrio lo que mandaba en todos los estudios de arquitectura de mundo, desde hace un par de décadas lo que vende es el verde. A veces desde planteamientos tan pueriles como, simplemente, colocar materiales pintados de verde; otras apelando a una supuesta responsabilidad ecológica mediante la colocación cientos y cientos de árboles en cada metro cuadrado de terreno y de fachada.
Sin embargo, esta disonancia entre el Bosco Verticale terminado y el que aparecía en el proyecto no debería suponer una gran contrariedad si tenemos en cuenta que el tiempo terminará por dotar a los árboles del porte que se le supone. Es más, la obra fue distinguida con el título de Mejor Edificio Alto del año 2015 por el Council of Tall Buildings and Urban Habitat, y recibió el certificado LEED Oro de parte del US Green Building Council, organización americana pionera en el fomento del diseño y la construcción sostenibles.
Bosco Verticale.
¿Dónde está el problema, entonces? Pues esencialmente en que el Bosco Verticale y, en realidad, cualquier edificio que pretenda plantar árboles en terrazas y fachadas, acaba pagando en tiempo y material lo que se ahorra en vegetación. Y cuando hablo de "pagar" no me refiero a dinero, que también, sino al beneficio ecológico. Me explico, toda esa vegetación intensiva tiene un peso y unas repercusiones en el cálculo contra los empujes horizontales del viento; por lo tanto, requiere un sobredimensionado de las estructuras del edificio en cuestión.
Además, la obra necesita instalaciones específicas para el riego, que no es idéntico en todas las fachadas porque el soleamiento tampoco lo es. Y, por si fuera poco, el propio traslado de los árboles a las alturas para las que se previeron es mucho más complejo que el simple dibujo. Todo esto acaba repercutiendo, como ocurrió en el mencionado Bosco Verticale, en considerables retrasos y aún más considerables aumentos presupuestarios.
Es decir, que se necesitó más material y más tiempo de empleo de máquinas contaminantes. Porque, claro, de poco sirve que la fachada sea como la selva de Tarzán si, para poder sostenerla, has necesitado una cantidad de hormigón cuya producción genera todos esos gases que te querías ahorrar. Por no hablar de la propia agua necesaria para el riego, que parece que nos demos cuenta ahora de que el agua es un elemento escaso y casi precioso.
Sí, es cierto que los coches eléctricos son mucho más baratos ahora de lo que eran hace diez años y aún más baratos serán en el futuro. Esto es consecuencia de los procesos de industrialización y producción en serie: cuando el modelo deja de ser un prototipo, cuando se perfeccionan las formas, los métodos y los resultados, cuando se fabrican centenares de miles de piezas iguales es cuando el coste y el gasto energético, paradójicamente, se reduce. Lo malo es que, en arquitectura, los procesos de industrialización y producción en serie apenas ocupan un porcentaje mínimo de lo que supone construir un edificio.
Bosco Verticale.
De alguna manera, todos los edificios son prototipos, todos acaban teniendo los problemas de la falta de perfeccionamiento, todos tienen grietas y goteras, más aún cuando, encima, los vamos a llenar de sustrato vegetal y raíces. Por eso estos ejemplos de arquitectura verde acaban teniendo más de imagen publicitaria de sus creadores, de la empresa que los encarga o de la ciudad que los promociona, que de lo que la verdadera arquitectura sostenible debería ser, si no ahora, desde luego en el futuro.
Pero hay algo incluso más inquietante, algo que el crítico Kurt Kohlstedt denuncia en su ensayo "Renderings vs. Reality: The Improbable Rise of Tree-Covered Skyscrapers": los árboles colocados en fachada son objetos intocables, símbolos del lujo en lugar del elemento social, transversal y ciudadano que deberían ser. Porque los veremos todos pero solo los disfrutarán la minoría que los tenga al otro lado de su ventana.
Fuente: http://www.eleconomista.es/