Contra lo que pueda pensarse, la medida, en realidad, defiende al Banco, no al deudor, pues se trata de evitar cualquier reclamación sobre la base de que si el deudor ha escrito, prácticamente un folio, de su puño y letra la existencia de un suelo que implica que los intereses del préstamo no bajen por debajo de determinado tipo pese a bajadas del, normalmente, euribor, en el momento de la revisión, no podrá alegar nunca que no estuvo informado y que no aceptó expresamente la cláusula. Consiguientemente, sus reclamaciones serán, en tales casos, estériles, al menos desde el punto de vista del nuevo sistema perfilado por nuestro Legislador ansioso por encontrar el bellocino de oro que proteja al tan mal parado, en estos tiempos, deudor hipotecario.
Siempre he pensado que la medida servía de bien poco. Se puede desnaturalizar el sistema, estigmatizar el malvado Banco; incluso, no son pocos los que nos imputan a los Notarios los males del sistema. Sin embargo, si cada cual hace su labor, incluido el Banco de España, el sistema no debería propiciar las reclamaciones que se han ido produciendo de forma reiterada buscando los recovecos de la Ley.
Para refrendar lo anterior me gustaría relatar una anécdota que tuvo lugar en el último mes del año que acabamos de dejar.
Una mañana cualquiera se sentaban en torno a una de las salas de firmas de mi notaría cuatro personas, además del autor de este post. Los protagonistas de esta historia:
María, la apoderada del Banco, directora de la sucursal. Venía a vincular a la entidad acreedora, pues para que alguien reciba el dinero debe haber alguien que los preste. María es persona muy competente y bastante transparente. Sin embargo, representa a la entidad y vela, por consiguiente, por los intereses del Banco. Frente a lo que sucedía hace no tanto, María tiene escaso o ningún poder de decisión; se limita a decir el si quiero a una minuta bancaria en la que no se puede cambiar una coma.
Luis, el deudor hipotecario, su proyecto requería financiación, para lo cual había solicitado un préstamo al Banco, como su flujo de ingresos no era suficiente, en garantía de la devolución del dinero, ponía sobre la mesa su vivienda habitual, la cual quedaba hipotecada tras la operación. Pero, no bastando tampoco la hipoteca de la casa, el banco había requerido la concurrencia de dos fiadores.
Nieves y Andrés, los fiadores, los siempre socorridos padres, en este caso de Luis, que asumían el papel de dar la cara por su hijo caso de que este no fuese capaz de pagar el préstamo.
Como cuestión preliminar, debemos recordar que, salvo excepciones, la responsabilidad del deudor hipotecario no se limita a la propiedad que se hipoteca, con lo que se puede dar la eventualidad de que Luis pierda la vivienda y siga siendo deudor, con independencia de que los padres del mismo puedan o no pagar la deuda hipotecaria.
Hasta aquí todo era normal. Sucede que, ante la caída en picado del euribor, los Bancos tratan de protegerse del escenario que puede presentarse caso de que el índice de referencia de los préstamos fuera negativo; algo que parece absurdo, pero que matemáticamente es posible. En tales supuestos, como se pone de manifiesto en el post que enlazo, cualquier limitación a la bajada de los intereses implica un suelo hipotecario y la necesidad de redactar el manuscrito de marras.
En el caso que nos ocupa, la redacción de la minuta, nada clara, por cierto, conllevaba la necesidad de que Luis, Nieves y Andrés escribieran de su puño y letra el texto del Banco de España. Fue un imprevisto que se puso de relieve durante la firma, pues, en este caso, la persona que había redactado la minuta no había reparado en la necesidad del manuscrito.
Los cuatro protagonistas se miraron cariacontecidos. Se les entregó a cada uno el modelo que había que escribir, un folio de papel timbrado y bolígrafo. Mientras María y yo nos mirábamos y comentábamos el tema, las tres personas iban escribiendo.
Luis, a los tres o cuatro minutos terminó de escribir. Era un chico que rondaba los treinta y cinco años. Sus padres se tomaron más tiempo, cuando rondaban los diez minutos, Andrés paró, pensé que había terminado, si bien retomó al instante la tarea, el buen hombre había parado a descansar. Al poco terminó.
Rondaba ya el cuarto de hora y Nieves, a duras penas, ponía el punto final al manuscrito. En ese momento, no pude resistirme a preguntarle lo que transcribo a continuación, en un tono cálido y no exento de cautela para no incomodar a la sufrida madre fiadora, le dije:
- "Nieves, a mi me gusta aprender de las personas que me visitan, y me gustaría saber, si es tan amable, si ha entendido lo que ha escrito y, si es así, que me lo explique a mi, no pasa nada, yo se lo volveré a explicar si la respuesta no es la correcta".
La señora, con cara de circunstancias, saturada por la atención que le había restado la tarea de escribir el folio, titubeo y me dijo, en tono de pregunta:
- "¿Que... si no paga mi hijo pago yo?"
La buena mujer, a las pruebas me remito, no se había enterado de nada. Le expliqué el suelo hipotecario, me dijo que eso lo había entendido cuando yo se lo había explicado previamente, pero que lo que había escrito no entendía qué quería decir. En ese momento, Nieves añadió:
- "Yo no fui a la escuela, llevo casi tres años estudiando en un centro para mayores, he aprendido a escribir y leer, pero esto me cuesta..."
La escritura se firmó, entregué la copia a los interesados y se puso el broche a la historia, abandonaron mi despacho contentos con mi trabajo, la mayor recompensa que en los tiempos que corren tiene un notario en este tipo de operaciones.
Sin embargo, desde el primer momento me vi impelido a escribir este post, no me parece que la anécdota deba caer en el olvido y deberían tomar nota los autores del ampuloso sistema, cada vez más complejo a la par que inútil, sirva pues como buen propósito de Año Nuevo.
Antonio Ripoll Soler es notario de Alicante. Puedes leer más textos suyos en 'El Blog del Notario'
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