El 22 de octubre de 1986, en la sesión parlamentaria sobre la reforma de los impuestos, el entonces presidente de Estados Unidos,Ronald Reagan, anunció: “En los últimos años hemos sido testigo de la expansión de muchos de nuestros derechos civiles, pero nuestras necesidades económicas han sido con frecuencia descuidadas. Hemos protegido la libertad de expresión de los autores, como debemos hacerlo, pero no la libertad de expresión del empresario, cuyo lápiz y papel son el capital y el beneficio”. El fin del Estado de bienestar se anunciaba, irónicamente, en defensa de la libertad.
El resultado ha sido lo que los sociólogos definen como “comodificación” (commodification), es decir, el desequilibrio que se da cuando el valor económico aniquila todos los demás. La “comodificación de la vivienda” convierte los pisos en fondos de inversión y transforma el hecho de habitar en un uso subordinado a la rentabilidad. Los hemos visto despuntar en las ciudades. Uno de los últimos rascacielos neoyorquinos, 432 Park Avenue, puso a la venta el piso más caro de la ciudad por 150 millones de dólares. Pero lo llamativo para el sociólogo David Madden no es el precio, sino que el piso permanece vacío. Madden participó en el congreso sobre vivienda organizado por la Haus der Kulturen der Welt de Berlín a propósito de la exposición Wohnungsfrage.
En Europa, One Hyde Park, las exclusivas torres de apartamentos levantadas frente al parque londinense, remiten, nominalmente, a la famosa mansión neopalladiana del duque de Wellington: Number 1 London. Pero hay una diferencia fundamental. El duque que venció a Napoleón en Waterloo vivía en su palacete mientras que muchos de los pisos diseñados por el arquitecto Richard Rogers permanecen sin estrenar. No están pensados para ser habitados, sino para ser rentables. Y lo que sucede con los edificios se extiende por calles y barrios adquiridos no por ciudadanos, sino por fondos de inversión. Ese mundo de pisos vacíos pone en jaque el funcionamiento de las ciudades.
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Madden lleva años investigando este fenómeno y razona que solo la intervención del Estado podría terminar con la hipercomodificación. “Al fin y al cabo, su retirada está detrás de lo que ocurre”. Tras la desregulación de la vivienda llegó la de las hipotecas. “De servicio al ciudadano pasaron a ser negocio en sí mismas”, opina la arquitecta y economista brasileña Mariana Fix. “Las hipotecas fueron lo que provocó la última crisis inmobiliaria”, recuerda el profesor de la Universidad de Columbia Reinhold Martin. ¿Adivinan a quién ha enriquecido esa crisis? Ha permitido a los grandes fondos de inversión volver a comprar barato.
La situación es diabólica y su círculo tóxico nos afecta a todos: “No tengamos la tentación de creer que es solo un problema de los morosos. Mientras los mercados de la vivienda respondan a una economía más global que local, los pisos de lujo serán la nueva moneda”, sentencia Madden, profesor en la London School of Economics. Pero más allá del problema de la sobreproducción de lujo en el ámbito de la vivienda, Madden advierte de otros fenómenos incipientes como el alquiler para alquilar en lugar de para habitar.
Aunque el mundo está en venta como nunca lo ha estado, los fondos inmobiliarios no pueden gobernar nuestras ciudades. Los políticos deben legislar a favor de los ciudadanos y en contra de la hiperespeculación. Como apuntó el premio Nobel de EconomíaJoseph Stiglitz en El precio de la desigualdad: “La alternativa no es la igualdad, sino una menor desigualdad”. Si miramos al 1% que concentra la riqueza del mundo, “no son los que han hecho los mayores descubrimientos ni las mayores transformaciones. No son los que han descubierto el ADN o el láser. Su excelencia está en la apropiación de la riqueza y en la manipulación del mercado”. La legislación ha creado el problema y la legislación deberá solucionarlo.
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Fuente: http://www.elpais.com/