Grietas en el ‘boom’ del ladrillo chino



Caminar por el centro de Kangbashi produce desasosiego. No porque sea un lugar tenebroso, sucio y destartalado, sino por todo lo contrario. Este distrito piloto de la ciudad de Ordos, situada en la interminable estepa de la provincia china de Mongolia Interior, disfruta de amplios parques impolutos, avenidas de seis carriles perfectamente señalizadas, gigantescos edificios vanguardistas firmados por arquitectos de renombre y envidiables infraestructuras de ocio.

Podría ser un gran ejemplo de urbanismo si no fuese porque Kangbashi está vacío: el Gobierno lo proyectó hace una década para albergar una población de hasta un millón de habitantes, pero actualmente sólo viven 50.000 personas. Y la mayoría son funcionarios que no tienen alternativa, porque la descomunal sede gubernamental se trasladó allí para servir de reclamo al sector servicios.
Kangbashi es, sin duda, un buen ejemplo de cómo China ha conseguido utilizar en tres años y medio más cemento que Estados Unidos en todo el siglo XX. Las autoridades locales quisieron copiar el modelo de éxito de Shenzhen, un sureño pueblo de pescadores que se transformó en megalópolis cuando Deng Xiaoping decidió abrir allí las puertas del país en la década de 1980, y creyeron que la abundancia de materias primas en la región, que guarda una sexta parte de las reservas de carbón del país, sería reclamo suficiente para atraer inversión. A ese respecto no se equivocaron: decenas de urbanizaciones de lujo echaron raíces y crecieron como setas. Hasta que se hizo evidente que no había demanda para ellas.
Ahora, muchas han sido abandonadas sin acabar, una sucesión de esqueletos de hormigón desnudo que van languideciendo peligrosamente. Se estima que China ha invertido 140.000 millones de euros en la que muchos consideran la mayor ciudad fantasma del mundo. Y el verdadero problema es que el de Kangbashi no es un caso aislado. Porque la mayor burbuja inmobiliaria del planeta, que guarda importantes analogías con la española, comienza a desinflarse.
Por primera vez, durante el segundo trimestre del año, todos los indicadores del sector, que aporta en torno al 20% del PIB de la segunda potencia mundial, han estado en rojo. "La pregunta ya no es si habrá una corrección en el mercado, sino cómo de grave será", según avisó el economista de Nomura Zhang Zhiwei en un informe del grupo financiero. "El modelo de crecimiento de los últimos treinta años está acabado", añade a EL PAÍS Gary Liu, director ejecutivo del Instituto Internacional Lujiazui para la Investigación Financiera de la China-Europe Business School (CEIBS). "Estamos en un punto de inflexión que se caracteriza por un exceso de oferta en el mercado y por el apalancamiento en las empresas, dos problemas muy preocupantes".
Si a ello se le suma el aterrizaje suave de la economía, el cóctel resulta potencialmente explosivo. Y las estadísticas así lo demuestran. En junio, por segundo mes consecutivo y por primera vez desde hace dos años, en China cayó el precio de la vivienda —un 0,5% de media en la nueva construcción— y el número de ciudades en las que se produjo ese declive, entre las cien que estudia el Sistema de Índice Inmobiliario de China, aumentó a 71. Así, las ventas se han desplomado un 10,2% entre enero y mayo, y la superficie de las nuevas promociones inmobiliarias que se han comenzado a construir en ese periodo ha caído un 18,6%. En Pekín, la venta de viviendas cayó un rotundo 34,8% en la primera mitad del año.
Por si fuera poco, se estima que las promotoras no han conseguido vender unos 3,5 millones de viviendas —Moody's afirma que la situación se agrava en provincias—, y que 49 millones de las que sí tienen dueño están vacías —una de cada cuatro en las ciudades—.
Los compradores deciden esperar y los especuladores están descontentos. Tanto que ya han provocado numerosas manifestaciones, algunas de ellas violentas, frente a las promotoras que, desesperadas, lanzan agresivos descuentos que erosionan sus inversiones. "Compré dos pisos en Kangbashi porque el Gobierno aseguró que la zona se desarrollaría rápidamente y atraería a mucha gente. Pero ahora no valen ni la mitad de lo que pagué por ellos. Y eso si tengo suerte de encontrar quien me los compre", se lamenta un inversor de Hohhot, capital de la provincia, apellidado Chen. "Aquí los únicos que han hecho dinero son los corruptos", sentencia, sin ninguna esperanza de que la situación mejore con la celebración en la ciudad, el año que viene, de los Juegos Étnicos de China.
En cualquier caso, la caída de los precios es sólo la punta de un profundo iceberg. Según Zhang Zhiwei, cada seis puntos de caída en la inversión inmobiliaria restan un 1% al crecimiento del PIB. Y, por otro lado, el analista apunta al riesgo que supone que el 26% de los nuevos créditos bancarios vaya al sector inmobiliario, que concentra también la gran mayoría de préstamos sin amortizar —35%—. "La burbuja inmobiliaria está directamente relacionada con la burbuja del crédito, y el estallido de ambas puede tener consecuencias desastrosas no sólo en la economía china sino en la de todo el mundo", explica un profesor de economía de la Universidad de Fudan que prefiere mantenerse en el anonimato.
A ese respecto, lo que más preocupa no son los créditos de los bancos oficiales, sino los concedidos por las entidades financieras en la sombra. "Son muy opacas, no están regladas, pero manejan cantidades ingentes de dinero". Se demostró con el caso de la promotora Zhejiang Xinrung, que tuvo que echar el cierre en marzo con una deuda oculta de 430 millones de euros. Y nadie duda de que otros seguirán pronto sus pasos. La duda está en el papel que jugará el Gobierno. ¿Será capaz de poner freno a lo que parece una apocalíptica espiral de impagos y conseguirá desinflar la burbuja de forma controlada?
Sin duda, al Partido Comunista le interesa que así sea. Porque hasta el 60% de los ingresos de los Gobiernos locales y regionales proviene de la venta de terrenos. Y una caída acusada de esa partida podría tener graves consecuencias, ya que las deudas de esas Administraciones ascienden, según la auditoría hecha pública en enero, a unos tres billones de dólares —gran parte prestada por bancos en la sombra— que se pagan gracias a esos ingresos. Todo está entrelazado, y el peligro está en que se cierre el círculo en el que la pescadilla se muerde la cola.
Fuente: http://www.elpais.com/
 
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